Discos y disquerias

Pocas cosas en el mundo disfruto tanto como entrar a una “disqueria” o tienda de discos. Pocos ya son los antros que se dedican exclusivamente a la venta de música ya que se han convertido en lugares “multi-store” donde podemos comprar películas, series para TV, libros de todo tipo, tecnología, etc (No se preocupen lectores, este artículo no será un panfleto “anti-downloading” que como sabemos es la principal causa -pero no la única- de la desaparición de estos añorados espacios).

Decía.

Entrar a una “disquería” solía ser un momento apasionante para mí. Me podía pasar horas dentro de esos lugares: buscaba distintas ediciones de un mismo disco, le rompía las bolas a los vendedores preguntándoles si “este disco es anterior o posterior a …” o buscaba en las bateas de los discos en oferta si había algún material que me interesaba por que en general iba sin un mango.

Una actividad que me gustaba era ir a las (disquerias) de la Av. Corrientes como por ejemplo la “ZiVals” (que aún persiste gracias a Atahualpa -dios-) y luego correr a las librerías aledañas para ver si encontraba bibliografía complementaria, a esos discos y/o autores, que me prometía a mi mismo comprar en algún momento. Así, por ejemplo, me topaba con compilaciones de poemas de Yupanky o Bob Dylan, diarios de gira de Wynton Marsallis o autobiografías impresionantes como por ejemplo “Lady Sings the Blues” (de Billie Holliday).

En fin.

Es sábado por la noche. Tengo una taza de te Cachamai en la mano. Suena un disco (si, un disco y no un archivo Mp3!!!) de Baden Powell en mi equipo de música. Quizás sea un buen momento de desempolvar algún libro sobre “Tropicalismo” o por que no también “Leite Derramado” (última novela de Chico Buarque). Quizás sea momento de que eso que supo ser un ejercicio intelectual vuelva a desarrollarse aquí en mi pieza. Aunque sea por última vez.

Les mando un abrazo y nos vemos ahí… a la vuelta de la esquina.